Todo pasa, sigue, rueda. O todo queda, permanece, está.
A veces, injustamente lo dulce dura poco, y lo que duele se eterniza.
Tener la omnipotencia de un dios para poder convertir lo efímero en eterno, sería tan fácil,...
Decidir hacer efimero lo que es eterno....
el dolor,
la mirada atrás en una despedida,
el escozor que produce el cicatrizar una herida,
la muerte,
el epílogo de una bella historia de amor,
el cansancio que produce la lucha,
la crueldad de la añoranza, del echar de menos,
la maldita lejanía de la distancia,
la amargura intensa ante lo que irremediablemente ha de morir,
la hueca sensación de vacío interior,
las ataduras que hacen llagas
… Y eternizar lo que es efímero,
una sonrisa,
la sensación de flotar mientras “un beso de esos”,
un viaje en tren,
el eco de aquellas palabras que inyectan vida,
el olor de la tierra mojada,
la magia de aquel momento,
deshojar una flor regresando al infantil deseo de terminar en un sí,
una momentánea sensación de locura,
la fugacidad de la estrella que cae,
el primer movimiento de tu hijo en tu vientre,
un dulce sueño,
el tiempo....
Después de todo, hay algo de dios en el interior, con poder para obrar este milagro de conversión entre lo efímero y lo eterno, como la cámara de fotos del alma; como las letras; como las palabras en relatos; como el viaje en el tiempo del pensamiento, como las lágrimas que expulsan recuerdos, como la fé....
Después de todo, tenemos suerte.
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