jueves, 2 de febrero de 2012
La princesa que encontro su cuento
Erase una vez, en un país lejano, muy lejano, habitaba la protagonista de un cuento sin nombre.
No tenía corona, ni poder, pero se sentía feliz, cautivada por un mundo rodeado de manjares que confundían su norte
En un castillo aislado, allá en un cerro alto, habitó durante años.
Tenía como aliado al silencio y las paredes de su habitación rosa eran de acero, pero en su interior todo era luz.
No había oscuridad, sólo silencio. De vez en cuando, por aquel ventanuco que daba a la verde campiña asomaba su nariz, y olía el viento, que siempre traía aromas de cielo gris.
Exprimía el alma cada día, regalando el jugo a los que habitaban con ella en aquel castillo. No había nada mejor que vaciarse de dolor convirtiéndolo en ternura. Nada como retorcer momentos de hielo con sonrisas para derretirlos.
Afuera el cielo era distinto. De día los rayos del sol calentaban la hierba verde de los prados, y de noche las estrellas danzaban mirándose al espejo de cristalinas aguas.
Pero sobre el castillo sólo había nubes, cielos grises y noches sordas.
Allá, en aquel cerro tan alto, inexpugnable fortaleza, nadie había llegado nunca, nadie había buscado nada allí porque nada había que encontrar.
Y mientras, en el interior, entre las paredes de acero, ella coleccionaba recuerdos para poder llenar una vida vacía.
Como cada día, cayendo la tarde, asomada a su ventana estrecha admiraba el olor del viento, elevaba su mirada y pensaba qué podría haber más allá de las murallas,... qué valor habrá que tener para cruzarlas y curiosear... conocer y saber.... . Y luego pensaba que seguro que nada mejor que el regalo que la vida le había dado dentro de aquellas paredes, donde había calor, aunque a veces quemara, donde estaba su trono, el que nunca se supo su color pero que ella veía rojo, encendido.
Una noche fría escuchó un sonido... venía del exterior y su eco resonaba como balas de cañón y tuvo miedo.
Ocurrió una noche... otra noche... y otra.
Cada día ella se asomaba y escuchaba con atención, notando cómo poco a poco el seco sonido iba acompañándose de melodías que despacio, suavizaban el eco del temido ruido. Cada vez era más suave y melodioso... hasta que llegó a cautivarla tanto, que no podía dejar de escuchar.
Aquel día miró a su alrededor, observó que su habitación había cambiado de color. Ya no era rosa, era de un color indefinido que no le gustaba. Ya su trono no era acogedor, y se percató que en la puerta había cadenas...
Ya no podía estar allí, la dulzura que derramaba cada día se convertía en un jugo ácido que amargaba, y pensó que nada le ataba.
Y huyó... embriagada por la melodía y asustada porque las cadenas le apretaban, huyó de allí, bajó por la trenza de su pelo hasta cruzar la frontera de sus murallas, con miedo, pero confiada en que su carrera hacia otros cielos conseguirían sacar su mejor sonrisa....
A veces miraba atrás con nostalgia, desoyendo ecos, y avanzando cada paso con miedo pero con ilusión.
A pesar de que tropezaba una y otra vez ella no tenía miedo, sólo con saber lo que había dejado atrás y lo que aún le quedaba por descubrir le impulsaban a correr....
Descubrió que el color verde existía, aspiró aromas diferentes, dulces..., dió vueltas sin parar sobre sí misma en un afán desesperado por ver todo lo que había a su alrededor.
De repente supo que el sol calentaba sin quemar.... contó las estrellas que jamás había visto en el cielo, y descubrió también que una brillaba más que las demás.
… y empezó a ser feliz....
Los capítulos siguientes aun tienen la tinta fresca, y algunas líneas cuentan cómo ahora la protagonista de esta historia ha encontrado su cuento, el cuento de hadas que nunca lo fué. Ahora habita un castillo, pero con paredes de cristal, donde las líneas que los delimitan dejan pasar aromas, colores, sonidos...
Ahora en este cuento hay más personas, como ella, que saben leer sus sonrisas sin exigirle nada a cambio, hay música que embriaga sus sentidos, letras que describen lo que de verdad siente, piensa y llora, diciendole que la felicidad está donde quiera buscarla.
En estas líneas que ahora se escriben aparece, como en un verdadero cuento de hadas, un caballero en su corcel, que viene cada día a asomarse a su ventana, la de cristal, inundando con su aroma su estancia.
Viene sin avisar, susurrando canciones únicas, encendiendo velas y derramando pétalos de rosa en el agua donde ella se sumerge.
Llega para preguntarle al mundo cómo se puede vivir una vida vacía,
mientras la llena cruzando las puertas que deja entreabiertas.
Enarbola su estandarte, subido a su caballo, bajo su ventana, haciendo hermosa cada mañana mientras grita...
“buenos días, princesa!!!”
Y le hace darse cuenta que de verdad es una princesa, que siempre lo ha sido, y la eleva a lo más alto, la sube con sus palabras junto al lucero del alba, observándola desde la distancia.
Y ella se da cuenta que ha encontrado su cuento, el mejor cuento de hadas que se haya podido escribir por siempre jamás.
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